domingo, mayo 04, 2014

Dilemas mentales recurrentes y un poco universales.

“La medida del amor, es amar sin medida”, decía en birome y con la letra de mi tía Claudia, en un cuaderno con poemas y frases que encontré una vez revolviendo cosas en mi casa. Y ahí un ratito me quedé pensando. Me pareció que hablaba de querer mucho, de amar mucho. Porque “sin medida”, en mi cabeza, significaba “todo”. La “no medida” era, justamente lo opuesto a “no”. La “no medida”, implicaba que era tan grande que no se podía medir. Se me ilustraba en la cabeza como un abrazo muy grande, de esos que enroscan un nudo lindo en la panza. Pero no mucho más que eso. Por ahí parecía poco, pero en realidad era “un montón”.
La medida del amor es un pensamiento bastante recurrente, un tópico con el que todos nos chocamos alguna vez. Pero medir el amor, es una tarea que excede los centímetros y las reglas. Es algo muy vivo en nuestra percepción de la vida, pero es tantas veces abstracto como palpable. Entonces, ¿cómo medirlo?¿Por qué quiero medirlo? ¿De qué me sirve saber cuánto mide?

En nuestra vida diaria el concepto medir nos resulta familiar, todos hemos medido algo alguna vez. Medimos nuestra estatura con un hermano, la velocidad en una carrera picando desde acá hasta la plaza, el tiempo que lleva ir desde el kiosquito del patio al aula, medimos la cantidad de agua que entra en una bombucha y la temperatura a la que nos gusta tomar el café. En todos estos casos lo que hicimos, mejor dicho, lo que hacemos, es comparar una cosa con otra, es decir, comparamos una magnitud con respecto a otra. Resulta entonces, que “medir”, es “comparar”.

¿Y el amor con qué lo comparamos para medirlo? ¿Con qué amor comparo este otro amor, para saber cuánto mide cada uno?
Cuando tenés el corazón roto y ese amor de dos que tenías, se termina, ¿amaste mucho o de más? ¿Amaste poco o de menos? ¿Con qué terminás midiendo ese amor para conocer la respuesta?
Yo creo que la respuesta a todas estas preguntas es relativa, dependiendo el momento en qué nos las hagamos. Las respuestas a las que arribemos, nos van a parecer más o menos definitivas, exactas y contundentes dependiendo si nos convencen o nos estafan.

Porque en general, cuando queremos medir el amor, es porque necesitamos compararlo, o porque queremos saber porque no alcanzó, o porque duele, o porque no es perfecto. Me parece que al amor necesitamos medirlo cuándo tenemos un poco de miedo, o mucho miedo, o cuando extrañamos de noche, o cuando lloras tanto que te llevás el rollo de servilletas a la cama, o cuando alguien se muere, o cuando sentimos culpa, o cuando no podemos explicar lo que le pasa a otro.

Creo que necesitamos saber cuánto mide el amor, para saber si vale la pena abrir todas las puertas y correr el riesgo. También cuando querés abrir la puerta para salir corriendo, pero necesitás que alguien o algo, te de permiso para hacerlo. 

Nunca podemos saber con seguridad si vale la pena, porque aunque lo haya dicho San Agustín, y después lo haya copiado en su cuaderno la tía Claudia, “la medida del amor”, algunas veces es “amar sin medida”, y otras veces no.
 Entonces guardás el centímetro.

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