El concurso era algo así como inspirarse en el tema recurrente de Borges con los laberintos y/o los espejos.
Y yo escribí esto. Al final nunca participé del concurso, y de hecho no recordaba este texto.
Lo encontré en una carpeta recóndita de la pc del laburo.
Un laberinto jamás había sido más que un largo paseo para él. Después de tantas aventuras, matar dragones era parte de su personalidad temeraria, y había servido durante estos años para vivir cómodamente, y hasta le permitió también, acurrucarse en los brazos de alguna que otra princesa.
Ésta última misión, consistía en adentrarse al Bosque Ikhero, recorrer el laberinto, matar al dragón, y regresar con la prueba de dicho acto, para cobrar la recompensa acordada.
Una vuelta, otra y otra más, diecisiete en total, en sentido a las agujas del reloj, pasadizo secreto a la derecha, 6 pasos a la izquierda: pared falsa, trescientos metros en sentido Norte, y avistó a la bestia que dormía.
Desenfundó su arpón de flechas doradas. Se apostó a unos metros del animal, y disparó, dando en el blanco. El violeta animal se desplomó ante sus ojos, resonando en todo el laberinto.
Se sentó a mirar a la criatura, decidido a concluir su labor, desenfundó la daga consagrada para tales fines, y clavó el arma justo dónde la estrella marca el corazón de los dragones. Escarbó, extrajo el órgano y lo metió en la bolsa que esperaba abierta a un costado.
Caminó sobre sus pasos: trescientos metros al Norte, pasó el falso muro, el pasadizo oculto. Retrocedió girando las diecisiete veces, y se encontró de nuevo en la entrada, que ahora era salida. Allí, comenzaba otro muro, que no pertenecía al laberinto anterior. Solo podía avanzar y así lo hizo. Tres pasos al frente, y comenzaron los giros, una vuelta, otra, y otra, y otra. Cincuenta, cien, trescientas vueltas, sin que cambiara el paisaje laberíntico, le pesaba le orgullo y el corazón de dragón. Continuó girando, y giró, hasta sentirse mareado y descompuesto. Cayó al suelo, y en el preciso instante en el que su cuerpo tocó el suelo las paredes alrededor se esfumaron, y quedó tirado en la tierra, aferrado a la bolsa manchada con sangre, con la luz atravesando su sien.
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