Por los caprichos témpranos de mi despertador, casi todas las mañanas me tengo media hora en exclusiva. Prime time de mi cara de sueño desconcertado.
Media hora infinitamente a solas en la cama.
Café, cigarrillo, a veces jugo, y siempre, las mil almohadas que amortiguan el golpe de volver a despertarse en la vida.
El pelo alborotado, con pelucitas de cama, una media sola y la otra perdida en el fondo profundo del abrigo, el tatuaje de la almohada en las mejillas y ese "no-sé-qué" que tienen las mañanas.
Estoy más conmigo cuando me despierto, porque entónces aún me comparto con los sueños y con el día que me levanta tempranero y me deja los pies helados.
En esta media hora no hay remordimientos por el tiempo, porque me sobra, y lo único que debo hacer es pelearme con las sábanas para que me suelten y con mi imaginación que sólo piensa que lindo que sería tenerte hecho un ovillito del lado derecho de la cama.
Media hora de no decir palabra y de levitar mientras desayuno. Media hora de post descanso, media hora de imaginar lo que podría haber soñado y en fin, abandonar la cama, y empezar. Media hora, es todo lo que necesito.
1 comentario:
Gracias, Pau, por regalarme este espacio para escribirte. Cuánta melancolía leí en tus palabras. La noche se nos viene encima, y llora con nosotros. Es posesiva. Y melancólica. En media hora el mundo renacerá. Tu mundo. Mi mundo. El de los demás, no lo sé.
Publicar un comentario