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(Ilustración de Luke Best) |
Me
aferro a los recuerdos que tengo de los otros, con la esperanza de que eso, de
alguna extraña e ilógica manera, los haga pensar en mí. Entonces no me habrían
olvidado. Y entonces no tendría ningún miedo porque ellos me estarían
recordando.
Paro un
segundo a prender un pucho y calentar agua para el mate. En ese recorrido que
hay desde la silla a la cocina, acá a dos pasos. Formulé mentalmente la teoría
de que eso me pasa porque mi papá me abandonó y entonces ese cachito que se rompió
cuando se fue, se traduce en el miedo a que los demás se olviden de mí.
Para
cuando estoy sentada en la silla otra vez. Empiezo a reformular la teoría,
porque me convenzo. “No puede ser eso solo”. Como un pequeñito sistema de
defensa que intenta restarle importancia a un padre ausente.
Entonces
en la nueva teoría, la culpa es de mi ex, de mi vieja, de mi inseguridad
infinita, de eso feo que me pasó durante un tiempo.
Pero en
el fondo se que no.
Y al
final no importa mucho, porque de lo que yo tengo miedo es de que me olviden. Y morirme
hasta en los recuerdos.
1 comentario:
y yo justo hoy me acordé de vos, y vine a visitar tu blog
te mando un abrazo
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